El objetivo principal de
la educación del Antiguo pueblo Hebreo estaba formulado por Yahvéh, que era
para los judíos la santidad. La operación santificadora consistía en la
transformación del hombre carnal en hombre espiritual. El procedimiento para
alcanzar ese objetivo se basaba en cumplir la voluntad de Dios. Era Dios el que
tomaba la iniciativa, el que elegía, llamaba, daba toda la ayuda necesaria,
iluminaba y enseñaba.
Todos los hijos de Israel
eran enseñados por ese Dios, y lo hacía a través de diferentes instrumentos:
padres, profetas, sacerdotes, maestros, sabios, ángeles, etc.
En el primer lugar
aparecía el padre, él era el que desempeñaba la triple función de educador y
sacerdote. Debía trasmitirles a sus hijos el legado religioso del pasado
nacional, era una especie de catequesis básica que comprendía los elementos
esenciales de la fe de sus padres, los preceptos de la ley divina. A los padres
les correspondía también enseñar los conocimientos elementales, en las costumbres,
conducta moral y trasmitirles las tradiciones nacionales y las tradiciones
religiosas como el rito de Pascua.
En los primeros años, la
educación de los niños, especialmente la moral, estaba encargada a la madre o a
la nodriza. Durante estos años, el niño pasaba la mayor parte del tiempo
jugando en las calles con figuras de barro cocido, cantando y bailando.
Al principio de la
adolescencia, los muchachos pasaban al cuidado del padre, su educación se
consideraba uno de los deberes más sagrados. También le correspondía al padre
la formación profesional de los hijos varones. Los oficios y las técnicas se
solían transmitir de padres a hijos.
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